Me llamo Antonino Sanz Toscano, soy maestro, casado y padre de dos hijos. Nací en Posadas (Córdoba). Hijo de una familia comerciante proveniente de Soria, tuve la posibilidad de estudiar magisterio.
Antes incluso de acabar la carrera en Sevilla, ya era maestro en prácticas en una escuela del barrio de Triana. Cuando culminé los estudios fui a trabajar a Carmona ya como maestro, hasta que el 29 de Febrero de 1936, fecha del nacimiento de mis mellizos, tomé posesión como maestro en una escuela pública Sevilla
Aunque nací en 1911, tengo 25 años. Es la edad en la que se paró mi vida. En realidad no se paró sola, la pararon.
En la madrugada del 29 al 30 de Agosto de 1936 fui asesinado. No tuve derecho a un juicio justo, ni siquiera a un simple juicio. Nadie que pudiera defenderme o refutar cualquier acusación. Antes, muchísimo antes, de ser separado de los míos ya estaba condenado a muerte. Y me mataron.
Pero primero me humillaron, me maltrataron y ultrajaron. Luego me pegaron tres tiros. Después, volvieron a ultrajar mi cadáver. Finalmente me metieron en un agujero con otros compañeros de destino y nos enterraron. Tenía una esposa, dos hijos y mi madre. La vida por delante y la pasión de enseñar.
Cinco años más tarde, en 1941 por necesidades del Ayuntamiento, se abrió la fosa común. Nuestros familiares pudieron sacarnos de allí. Buscar similitudes entre el recuerdo y una fría calavera no debe ser un plato de buen gusto.
A pesar del tiempo, todavía se podía encontrar un trozo de tela, un botón, un pañuelo, algo, un indicio que removiera la sangre de los tuyos y te ligara a tu pasado, sacándote de ese agujero. Algo que te dé un nombre y descanso. Algunos cuerpos, por miedo, no fueron recogidos, otros por desprecio y otros por imposibilidad para ser identificados.
Sin embargo, lo peor estaba por venir. Durante 40 años se nos continuó humillando, a nosotros y a nuestro recuerdo. Deformando nuestra historia, nuestro pasado y el momento y objeto de nuestra muerte.
Lo más triste, además, es que la represión no acabó con nuestra muerte. Detrás de cada uno de nosotros estaba nuestra familia, nuestros seres queridos, que durante esos mismos 40 años, día tras día, padecieron el desprecio y la humillación. La muerte en vida.
Nos mataron e intentaron hacer desaparecer nuestro recuerdo. Cualquiera que hablara bien de nosotros o nos defendiera era elevado automáticamente a la categoría de sospechoso. Además de borrarnos físicamente, pretendieron eliminarnos emocionalmente. Lamentablemente, en algunos casos lo han conseguido.
Mirar a uno u otro lado, cerciorarse de que no hay ojos u oídos al acecho. Hablar poco y bajito. Sólo un escondido recuerdo, que desaparece con su dueño. El Olvido.
¿Señora, cómo enviudó?¿De qué murió tu padre?¿ese no era tu cuñado?¿tú estabas en su tertulia?¿erais amigos? Perseguir a los nuestros. Si cabe, humillarnos más al humillarles y humillarles, sin duda, al humillarnos. Alguno no pudo soportarlo y se distanció, llegando a renegar de nosotros. Otros callaron, pero no nos olvidaron.
Cuando llega la democracia a España se nos olvidó por segunda vez. Todos debían ceder en algo y entregaron nuestro recuerdo. Los verdugos se igualaron a las victimas, y para no ensalzar a unos nos dejaron a nosotros en el camino.
Aquellos a los que obligaron a callar, apenas hablaban. Contar todo por lo que habían pasado era todavía un trauma. Si se atrevían a recordarnos todavía lo hacían con prevención, mirando a uno u otro lado, cerciorándose de que no hay ojos u oídos al acecho. Bajito muy bajito.
Hoy en día pocos quedan que hayan tenido un conocimiento directo de nosotros y de los acontecimientos que vivimos. ¿cuántos de mis alumnos pueden estar con vida todavía?¿cuántos de mis verdugos?
Sin embargo, seguimos vivos, porque hay mucha gente que nos mantiene con vida. En su memoria, en los papeles, en la historia. Personas que nos rescatan y nos acercan a los nuestros, desvelando nuestro calvario y el de los nuestros.
Uno de ellos es mi hijo, que ha emprendido un largo viaje tras mi recuerdo. Buscando a su padre se ha encontrado consigo mismo. Su hijo, mi nieto, le acompaña en este camino. Buscándose a sí mismo se ha encontrado con su padre y su con abuelo. Con ellos, muchísimos más. Hoy sé que mi nombre no se perderá en la historia.
Me llamo Antonino Sanz Toscano, soy maestro, casado y con dos hijos, a pesar de haber nacido en 1911 todavía tengo 25 años. A pesar de que me mataron en 1936, todavía sigo vivo.
Antes incluso de acabar la carrera en Sevilla, ya era maestro en prácticas en una escuela del barrio de Triana. Cuando culminé los estudios fui a trabajar a Carmona ya como maestro, hasta que el 29 de Febrero de 1936, fecha del nacimiento de mis mellizos, tomé posesión como maestro en una escuela pública Sevilla
Aunque nací en 1911, tengo 25 años. Es la edad en la que se paró mi vida. En realidad no se paró sola, la pararon.
En la madrugada del 29 al 30 de Agosto de 1936 fui asesinado. No tuve derecho a un juicio justo, ni siquiera a un simple juicio. Nadie que pudiera defenderme o refutar cualquier acusación. Antes, muchísimo antes, de ser separado de los míos ya estaba condenado a muerte. Y me mataron.
Pero primero me humillaron, me maltrataron y ultrajaron. Luego me pegaron tres tiros. Después, volvieron a ultrajar mi cadáver. Finalmente me metieron en un agujero con otros compañeros de destino y nos enterraron. Tenía una esposa, dos hijos y mi madre. La vida por delante y la pasión de enseñar.
Cinco años más tarde, en 1941 por necesidades del Ayuntamiento, se abrió la fosa común. Nuestros familiares pudieron sacarnos de allí. Buscar similitudes entre el recuerdo y una fría calavera no debe ser un plato de buen gusto.
A pesar del tiempo, todavía se podía encontrar un trozo de tela, un botón, un pañuelo, algo, un indicio que removiera la sangre de los tuyos y te ligara a tu pasado, sacándote de ese agujero. Algo que te dé un nombre y descanso. Algunos cuerpos, por miedo, no fueron recogidos, otros por desprecio y otros por imposibilidad para ser identificados.
Tuvimos suerte, reconocieron mis restos. Hoy estoy enterrado con dos más, como dice el acta de enterramiento. Uno es mi amigo el doctor Alfredo Herrera Siles. De los restos del otro compañero que comparte nicho con nosotros no se pudo saber nada.
Sin embargo, lo peor estaba por venir. Durante 40 años se nos continuó humillando, a nosotros y a nuestro recuerdo. Deformando nuestra historia, nuestro pasado y el momento y objeto de nuestra muerte.
Lo más triste, además, es que la represión no acabó con nuestra muerte. Detrás de cada uno de nosotros estaba nuestra familia, nuestros seres queridos, que durante esos mismos 40 años, día tras día, padecieron el desprecio y la humillación. La muerte en vida.
Nos mataron e intentaron hacer desaparecer nuestro recuerdo. Cualquiera que hablara bien de nosotros o nos defendiera era elevado automáticamente a la categoría de sospechoso. Además de borrarnos físicamente, pretendieron eliminarnos emocionalmente. Lamentablemente, en algunos casos lo han conseguido.
Mirar a uno u otro lado, cerciorarse de que no hay ojos u oídos al acecho. Hablar poco y bajito. Sólo un escondido recuerdo, que desaparece con su dueño. El Olvido.
¿Señora, cómo enviudó?¿De qué murió tu padre?¿ese no era tu cuñado?¿tú estabas en su tertulia?¿erais amigos? Perseguir a los nuestros. Si cabe, humillarnos más al humillarles y humillarles, sin duda, al humillarnos. Alguno no pudo soportarlo y se distanció, llegando a renegar de nosotros. Otros callaron, pero no nos olvidaron.
Cuando llega la democracia a España se nos olvidó por segunda vez. Todos debían ceder en algo y entregaron nuestro recuerdo. Los verdugos se igualaron a las victimas, y para no ensalzar a unos nos dejaron a nosotros en el camino.
Aquellos a los que obligaron a callar, apenas hablaban. Contar todo por lo que habían pasado era todavía un trauma. Si se atrevían a recordarnos todavía lo hacían con prevención, mirando a uno u otro lado, cerciorándose de que no hay ojos u oídos al acecho. Bajito muy bajito.
Hoy en día pocos quedan que hayan tenido un conocimiento directo de nosotros y de los acontecimientos que vivimos. ¿cuántos de mis alumnos pueden estar con vida todavía?¿cuántos de mis verdugos?
Sin embargo, seguimos vivos, porque hay mucha gente que nos mantiene con vida. En su memoria, en los papeles, en la historia. Personas que nos rescatan y nos acercan a los nuestros, desvelando nuestro calvario y el de los nuestros.
Uno de ellos es mi hijo, que ha emprendido un largo viaje tras mi recuerdo. Buscando a su padre se ha encontrado consigo mismo. Su hijo, mi nieto, le acompaña en este camino. Buscándose a sí mismo se ha encontrado con su padre y su con abuelo. Con ellos, muchísimos más. Hoy sé que mi nombre no se perderá en la historia.
Me llamo Antonino Sanz Toscano, soy maestro, casado y con dos hijos, a pesar de haber nacido en 1911 todavía tengo 25 años. A pesar de que me mataron en 1936, todavía sigo vivo.